Estamos
en un instante en el que irónicamente se unen, libando de un mismo vaso, el
dolor y la alegría. Se toman de la mano y caminan el mismo sendero las horas
peruanas Las dos caras opuestas de la moneda se han juntado y ruedan
convulsivamente nuestros días.
Mientras
que allá, el que fuera atalaya del Perú, el techo de nuestra patria, derrama
gruesas lágrimas y esconde en su cetrino rostro millares de cuerpos inertes de
nuestros hermanos y la tierra se mueve convulsa incitada no sé porque erotismo
telúrico; allá, lejos, saliendo de nuestras fronteras, en suelo azteca, sobre
el verde tapiz del estadio de León, con un sol oblicuo, once hombres escriben
una de las páginas más brillantes del fútbol nacional, vencen a Bulgaria por
tres goles a dos tras empezar con el marcadoren contra, empezando a guardillar
la que podría ser una hazaña.
Y los
hombres se unen en la gris tonalidad de la amargura y en el encendido color de
la alegría. El peruano llora, el peruano ríe. Se ha caído un pedazo del ande,
el más luminoso, el que servía de espejo al sol de los incas, y con una coqueta
pelota de cuero once hombres vestidos de rojo, llorando la tragedia, nos
otorgan un triunfo brillante.
La
tragedia nos invita a la tristeza y el triunfo deportivo a la alegría. Cobremos
la serenidad que para ambas requerimos, para levantar al Perú entristecido, aun
cuando hayamos ganado en León también el deporte, por ser parte del país, está
de duelo.
Y he
tomado este tema porque así está nuestra patria, vestida con el traje de
amargura, por la herida que tiene en el costado, porque la fiesta en el
vecindario terminó temprano y el muerto se siguió velando, siguió extendido,
sólo iluminado por la silueta de una llorosa luna andina.
Por
eso amigos, para terminar, permitidme saludar la victoria en León y pedir al
eter una onda de silencio por nuestros hermanos que dialogan con la eternidad.
(*)
Editorial de “Ecos del Deporte”. 4 de junio de 1970.
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