El
dramatismo con que suelen terminar algunos partidos en la ruleta de los
penales, sirve para hacernos olvidar lo acontecido en el campo durante el
tiempo reglamentario de juego y a veces también del suplementario.
El encuentro pudo haber sido bueno o no, de repente fue
una confrontación que no merece el registro del olvido o por el contrario fue
de aquellas que mejor no se hubieran realizado.
Mas cuando se produce la rueda de los penales, empieza a
nacer otra historia produciéndose un sentimiento dramático en el aficionado, de
manera especial en aquellos que van a la tribuna con la expresa finalidad de
ver ganar a uno de los contendientes. Y la mayoría, que va a un estadio no deja
de sentir alguna inclinación por uno de los protagonistas, por muy sutil que
sea, aun cuando no tenga nada que hacer con ellos e inclusive recién los vea,
resulta como un amor a primera vista. El aficionado al fútbol siempre tiene el
pecho caliente, nadie ve un partido en frío.
El drama individual luego se convierte en colectivo,
porque son dos grupos humanos con una identidad, con intereses en pugna, cada
uno quiere que suceda lo contrario de lo que el otro quisiera. Ellos no serán
los actores, pero participarán con su ansiedad, su angustia, sus nervios
puestos de pie en esos minutos decisivos.
Entonces, esos ciento veinte o noventa minutos de juego
se hacen síntesis en los posibles cinco tiros de penal por lado. La visión
concentrada en esos 7.32 x 2.44 mts. del arco, en esos l7.1 metros cuadrados de
espacio. Los arqueros condenados a la pena máxima sin haber cometido ningún
delito, mas uno de ellos será el héroe. A los rematadores, ejecutores de la
sentencia, nos les puede temblar el pulso, paradójicamente tienen que disparar
bien si quieren salvar la vida.
Esa es la ficción con que se viste un partido de fútbol
definido por esta vía. La realidad quedó atrás. No importa que el que
aparentemente mereció ganar no supo definir, tampoco si hubieron jugadas o
jugadores excepcionales, si el árbitro pito de más o de menos, si los equipos
mostraron más atributos o deficiencias. No, lo humano del drama, el
triunfalista que está escondido entre nosotros nos lleva a resumir lo
acontecido en esos estresantes lanzamientos de los doce pasos. Maestros del
fútbol erraron en el mismísimo mundial, ahí salió lo humano, la latente
posibilidad de la imperfección. Arqueros, que no tiene la obligación de
resignarse a tener que ser vencidos siempre por los disparos de penal, dan el
salto a lo imposible. Los dos hicieron cosas lógicamente no previstas en el
fútbol, que el penal se convierta siempre en gol, es que el balompié como la
vida no está hecho de inferencias.
Por eso es que la fanaticada no perdona al que erró ele
penal, si es un gran rematador menos, como decía Borocotó: “cuando el carro se
detiene al medio del camino se castiga al más noble y bueno de los animales”;
es que no se piensa que el que está bajo los maderos es como un sentenciado que
tiene el derecho a librarse de su ejecutor, a salvarse de la pena y jugarse el
derecho a la heroica existencia.
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