Ingresé al Nacional. Terminaba el primer
tiempo del partido en que el equipo de
la Universidad “Hermilio Valdizán” –Unheval - perdía con el Hidro de La Oroya,
partido que culminó con la derrota y
eliminación del equipo huanuqueño, en la etapa semifinal de la “Copa Perú”; de
pronto un grito del centro de la cancha y alguien que corre a mi gritando
¡Profe! ¡Profe!.
Vestido con el uniforme de Unheval . Era Quevedo. Su nombre
José Luis Grados. Nos estrechamos en un abrazo suscrito con fuerza y el
inevitable humedecerse de los ojos. Después de tantos años. Ahí sobre el verde
tapiz del primer escenario deportivo del Perú, donde se gradúan los futbolistas
ante un severo jurado de cincuenta mil almas. Tantos niños sueñan con pisarlo y
los más no llegan. Estaba ahí como cuando corría con su cajón de lustrabotas en
la Plaza de Armas. Con su risa entera, su alegría de vivir, su vibración
optimista antes de cada jornada.
Este no es Quevedo el palomilla, a quien muchos conocen.
No, es José Luis Grados también lustrabotas y uno de los grandes capitanes del
Atlántida. Sí, los equipos chicos, también los equipos de niños, también los
equipos de niños pobres tienen también sus grandes capitanes.
Y en el Mundialito de Mardonio hay diferentes grupos de
niños, los del Atlántida son los lustrabotas. Un equipo de niños humildes, de
niños trabajadores, de los que juegan todos los días un partido a la vida y se
le enfrentan cara a cara, sin correrle, con la sonrisa en los labios y la
fuerza de un corazón indoblegable. Y tuvo también sus grandes capitanes.
En él veía dibujada la figura de todos y cada uno de los
chiquillos, muchos de ellos fueron haciéndose mayores ante mis ojos. Cruzaron
mis retinas como en una película sin final de sucesión terriblemente rápida
Meraca, Lucho Reyes, Jinete, Hildebrando, Chiquitín, los Gil Jurado, Tanchi,
Amancio, los hermanos Felipe y el Mono Flores, el “Poderoso” Bartolo, los Cori,
Toñito, la preocupación de Shinto, los gritos de Raulín, el mirar de Gallada,
el cariño que les prodigaba Manuel “Juanjui” Rodríguez.
Todo pasó en un momento, le empecé a preguntar y él me fue
respondiendo con entusiasmo: “Siempre voy
a la plaza, me estoy parando Profe, tengo ya mi moto taxi, cuando tenga algún
billetito voy a estudiar.”
Estaba ahí, uno de los grandes capitanes de los niños
humildes, símbolo de garra y bravura en la defensa, porque ellos también saben
dar grandes partidos, tal vez con el pecho más caliente, expresan mejor el
ejercicio lúdico del deporte y el drama existencial
que esta en su esencia. Ahí en el campo, sobre el que se
cruzan invisibles los millones de miradas que dirigieron los espectadores desde
hace más de cincuenta años. Estaba sobre el escenario que pisaron los
consagrados, donde corrieron y jugaron Maradona, Pelé y D’Stéfano, como también
lo hicieron Lolo, Chumpitaz, Benítez, Joya, Terry, Sotil, en fin tantos y
tantos.
Pero era él, no me importaba más que eso, José Luis Grados
“Quevedo”, el gran capitán de Atléntida, hincha y jugador del San Cristóbal,
ahora con la divisa de Unheval, viniendo como refuerzo para defender a su
pueblo, a su Huánuco, a su Llicua, a su barrio, representando al Atlántida.
José Luis hacía realidad el sueño de los lustrabotas huanuqueños de pisar el
nacional, buscando un lugar para el fútbol de su pueblo, en nombre de los más
nobles: Los niños humildes y trabajadores
del Perú.
Gracias José Luis, por haberme permitido abrazar y sentir a
todos. Porque no fuiste tú solo José Luis, fueron todos los que vistieron la
casaquilla del Atlántida en el Mundialito, al final todos los niños
trabajadores de la Plaza de Armas y de nuestro pueblo, que también tienen
derecho a soñar y hacer realidad sus sueños.
Unheval perdió el
partido y el reclamo ante la Comisión de Justicia, por la inscripción irregular
de un jugador del Hidro, Delfino Presidente de la Federación dio la orden de
que las cosas quedaran como están.
Mientras tú José Luis, con tu presencia hiciste que todos
ganaran Hiciste realidad nuestro sueño:
el Atlántida llegó al Nacional.
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