Siempre los treinta de agosto vienen con el
recuerdo de Santa Rosa, nombre de la santa limeña que tomó el club
huanuqueño, que poco después de fundarse acordó celebrar su aniversario institucional
ese día.
Entonces también esa fecha viene con el
recuerdo rosado, jornadas importantes, jugadores representativos, personajes
como Víctor Fernández Mazuelos, el popular “Viejo Chileno” y todos esos hechos
significativos que eslabonan la historia institucional.
En esta oportunidad llega hasta nosotros una
mañana de domingo, cuando Jorge Espinoza Egoávil fue al campeonato de la
segunda divisional y vio al arquerito del Libertad. El Santa estaba requerido
de un portero, fue conversó con el guardaredes y los dirigentes, con quienes existía afinidad
institucional.
Al día siguiente, silencioso pero contento
ya estaba entrenando en la madrugada con
el equipo rosado, como lo hizo hasta la víspera de dejar el fútbol de
competencia oficial. Sus manos duras de albañil de oficio fueron moldeándose a
la forma de la pelota con el trabajo constante, hasta convertirse en uno de los
arqueros con mayor seguridad de manos en nuestro medio.
Llegó al Santa y decidió una sola vez. No
dejó de entrenar un día sin justificación real, ni cuando le robaron su casa
incluidos sus perros. Atajo en un sin número de campeonatos, habiendo obtenido
títulos, así como en todas las etapas de la “Copa Peru” en diferentes
oportunidades y lugares, sólo le faltó atajar en la final. Se enfrentó a
rivales calificados como el A.D.T. de Tarma, donde visitantes en el último
minuto detuvo un tiro impresionante del “Negro” Gavidia salvando la
clasificación del Santa para la siguiente etapa.
No fue un arquero de marquesina, de voladas
espectaculares o para llenar los ojos de las tribunas. Era de aquellos que
devolvía el alma al cuerpo. Manejaba muy bien los ángulos, era muy difícil para
los delanteros enfrentarse a él en un mano a mano, tampoco un penal a su arco
era cosa segura. Ganó confianza y sobriedad en el campo, sin perder nunca su
grandiosa sencillez.
Lleno de anécdotas, las que el mismo solía a
veces contar traviesamente, con su clásica expresión de muchacho bueno,
humilde, del barrio de “Aparicio Pomares”, hecho con la fuerza de la dignidad
del trabajo, en el que fue escalando hasta llegar a ser maestro de obra.
Fuerte en la vida, fuerte en el deporte,
responsable, convicto en sus decisiones y afectos, sin arrugas en el alma.
Contaba sus cosas con su clásica expresión “a
ver algo para matizar la vida ...”.
En Oxapampa el Santa se enfrentaba al
Universitario de Chotabamba en la etapa regional, el árbitro era local. Cuando
de pronto se vio frente a un delantero en evidente posición adelantada, en vez
de salir a su cobertura salió más allá del atacante para reclamar al juez, que
naturalmente no le hizo caso. El foward dueño de la pelota
la acomodó como quiso y lanzó un furibundo
cañonazo para inflar la red, “Canchero” regresaba
iracundo lanzando denuestos contra el señor de negro y se encontró con la
pelota que regresaba del travesaño, cogiéndola en su pecho y levantado la
diestra en señal victoriosa; Antonio Robles, que había transportado la
delegación gritó “¡mago!”, cuando
fueron a saludarlo al final del partido con mucha simpleza preguntó “¿Qué tal la hipnotizada?”.
El apelativo de “Canchero” le viene de su infancia, desde cuya edad aprendió a
jugar en serio con la vida. Vendía cancha, mas no dejaba de ser niño y jugaba
al fútbol, ponía de arco su caja de mercancía y se ponía a tapar.
Así, podríamos narrar multitud de hechos
deportivos y humanos de Julio. Cuando Ernesto Cisneros llegó como titular al
Santa, en una oportunidad sufrió una lesión, entonces fue reemplazado por
Ramírez, ya repuesto iba a reaparecer, entonces Jorge Espinoza le comunicó a “Canchero”este hecho, él con el rostro
risueño se dirigió a Neto diciéndole “el
domingo te doy tu oportunidad”; tras un brevísimo silencio todos rompieron
en una carcajada y los dos porteros se unieron en un abrazo.
Un día en Lima, con Cisneros hablábamos de
fútbol, de su trayectoria, de los
arqueros que había visto en Huánuco y de pronto surgió en él, con
nostalgia y afecto, el nombre de Julio “Canchero”
Ramírez ... El intervalo de nostalgia inevitable seguido de la sonrisa del
recuerdo bueno: “Que buen muchacho, un
señor, responsable, sencillo ... aprendió mucho.”
Julio una tarde se alejó de las canchas, en
silencio como vino, llevándose guardados y silenciosos sus recuerdos, con la
nostalgia en sus pequeños ojos.
Cuando terminó el partido te marchaste sin
voltear la cabeza, no quisiste mirar el arco compañero de tu vida: alegrías y
desencantos, pero sobre todo hombría y dignidad, cuando sé es un deportista
íntegro como tú, donde más allá de las tapadas que te aplaudimos y los goles
que salvaste, está la grandeza de tu sencillez y lealtad, que te ha brindado el
derecho de ser uno de los símbolos santarrosinos.
En esta crónica rindo homenaje a quienes,
como Julio “Canchero” Ramírez,
supieron hacer del deporte una escuela de grandiosa sencillez.
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