“Los periodistas me
preguntaron de donde era y yo les respondí sin dudarlo: soy huanuqueño. Por
algo era el capitán del equipo que derrotando al Unión Ocopilla por tres goles
a dos, conseguimos el subcampeonato e ingresamos al fútbol profesional”, quién
nos manifiesta esto Rodolfo Muñoz Palacios.
Estábamos cercanos a
los treinta años de esa noche en la que el nombre de Huánuco sonó muy fuerte en
todo el país. Un equipo que llegó con humildad a la final, tras haber disputado
todas las anteriores ediciones de la “Copa Perú” hasta la etapa regional, junto
con las representaciones de Ancash, que generalmente eran clubes de Casma o
Chimbote, y de La Libertad, entre ellos el Mannucci y el Alfonso Ugarte de
Chiclín.
“Los partidos con el
Bielovucic y el Santa Rosa eran verdaderos clásicos”, recuerda Rodolfo, “quien
salía campeón era el que representaba al departamento”.
“Recuerdo que en la
Liga jugamos ese año el partido final contra el Bielo, Cabanillas nos hizo un
extraordinario gol de cabeza, nos tiramos con todo adelante, con el empate
ellos campeonaban, y contra lo usual saqué un remate fuerte de fuera del área y
vencí a Paredes; ahí empezó nuestra carrera hasta la final. Sentí que todos se
abalanzaban a felicitarme, fui alzado en hombros. Yo había llegado de Lima en
el vuelo de mediodía y tenía que regresar después del encuentro, mi hija había
quedado enferma”.
Y recordamos cuantas
veces Rodolfo llegaba en los vuelos dominicales de mediodía para jugar en la
tarde y estar de retorno inmediato a Lima, su centro de labores. Y sabemos que
este caballero sufragaba sus propios gastos, se dirá que eran otros tiempos,
pero aun así no es muy común hacerlo, sacrificándose por el club de sus amores.
Y lo hacía por un
equipo de Liga, él había salido de las divisiones inferiores del Alianza, de
las manos de Rafael Castillo y los avatares de su actividad laboral lo llevaron
a la tierra de su padre: Huánuco.
Se enroló en un club de
tercera división, el Mariscal Sucre, equipo de los vendedores de tela del
Mercado Antiguo, para luego pasar a militar al León, “club que me gustaba” ... “antes
estuve a punto de fichar por el Santa ...” manifiesta.
“Jugué todos los
campeonatos y todas las “Copa Perú” hasta que llegamos a la profesional.
Intervine en el torneo “Petróleos del Perú” y hasta la mitad del
descentralizado. Una lesión me retiró del campeonato y del fútbol profesional”.
Hay nostalgia en su
miraba que se convierte de pronto en una expresiva convicción: “A Huánuco lo
quiero mucho, me permitió ser capitán de su equipo durante muchos años y hasta
una vez cuando reforcé al Santa Rosa en un partido con el Defensor Arica, el
capitán rosado Manuel Murga me cedió la capitanía, esas cosas las recuerda uno
con cariño, con gratitud”.
Ha dicho su verdad
Rodolfo, pero es necesario que digamos la nuestra. Rodolfo siempre fue un
caballero en el campo como lo es en la vida. Aparte de su juego técnico y
aguerrido que daba seguridad a su bloque defensivo, hay en él un don de gentes,
una caballerosidad que se convertía en ascendencia sobre sus compañeros y
respeto en sus rivales.
“Espinoza y Fano del
Santa Rosa son los jugadores más difíciles que yo enfrenté en Huánuco, junto a
Jorge Cabanillas cuando él defendía al Bielovucic. Espinoza, era un jugador de muchos recursos
técnicos e inteligente”.
Y volvemos a la final
de la “Copa Perú” y le recordamos que el partido con Cultural Juanjui lo
terminó jugando con un parche en la boca.
“Sí, fue un codazo de
quien después sería mi gran amigo: “Juanjui” Rodríguez. No sé cómo volví a la
cancha, jugué por instinto. Cuando vi la retrasmisión por televisión me parecía
increíble lo que había hecho, actué casi inconsciente”.
Los recuerdos se juntan
entre nosotros. Ambos nos llenamos de nostalgia por Huánuco, hablamos de
“Pitín” Sandoval y de la mala fortuna de ese fuera de serie “Posheco” Torres,
de la amistad leal y entera de Carlos Chávez, de los partidos de fulbito en el
Parque “Amarilis” con Walter Pérez y Dimas Garay, de “Penshe” Belgrano, otro
back centro de jerarquía en el fútbol huanuqueño.
El tiempo ha ganado al
tema, mucho ha quedado por hablar, hay cosas que no alcancé a preguntarle y
también otras que él también habría querido decirlas; pero ambos las
entendemos, Lima siempre apremia.
Nos despedimos con el compromiso de volvernos a ver:
chau compadrito...
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